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sábado, 29 de junio de 2013

La mansión encantada


Iba a ser un fin de semana maravilloso. Elena, una chica del grupo que tiene mucho dinero, nos invitó a pasar el fin de semana en una casa de campo que tenía su familia.
Nos pareció una buena idea y nos organizamos para comprar todo lo que nos hiciera falta e incluso miramos qué autobús nos hacía falta tomar para llegar a ese lugar.
Así, el sábado muy temprano, cargados con nuestras mochilas, cogimos el autobús que nos dejaría en apenas una hora en un pueblecito desde el cual, andando durante diez kilometros entre un enorme bosque, llegaríamos a casa de Elena.

Hacía fresco y parecía que iba a llover, que unido a las ganas de llegar, aligeró nuestra la caminata.
Al salir del bosque nos encontramos con una gran reja y un muro donde terminaba el camino. Tras la reja, una gran mansión que nos hizo estremecer.

Elena abrió la reja y entramos tras ella, que se dirigió directamente a la puerta donde ya esperaba un señor con traje negro y una señora con un vestido largo de igual color. Después de presentarse a Elena como los guardas de la mansión, nos dijeron que pasáramos, abriendo una gran puerta tras la cual había un gran recibidor con unas escaleras enormes blancas. Subimos detrás de ellos en un absoluto silencio y, dirigiéndonos a lo largo de un pasillo enorme, nos distribuyeron por habitaciones.

Al rato bajamos a comer a un salón enorme con una mesa larga. Tanto el salón como las escaleras y el pasillo tenían las paredes cubiertas de cuadros de antepasados. Bromeamos con Elena diciéndole que pronto habría un cuadro suyo colgado en la pared sonriendo.
Tras la comida nos pusimos los bañadores y nos fuimos a un lago que había tras la casa a bañarnos, pero apenas  nos dimos un baño, el cielo empezó a ponerse oscuro y las nubes amenazaban tormenta, por lo que decidimos regresar.
Nos  ducharnos y vestimos para la cena. Luego nos pusimos a curiosear por las habitaciones. Había una gran biblioteca con una gran chimenea y una butaca frente a ella. De repente, apareció el guarda y nos dijo que saliéramos de allí, que era peligroso permanecer en la biblioteca. Nos asustó tanto que salimos corriendo.

Su mujer nos esperaba en la puerta para decirnos que la cena estaba servida. Mientras servía la sopa, Elena le preguntó al guarda por el motivo de tal peligro. Él miró a su mujer y ella movió la cabeza negativamente. Él no dijo nada y mandó a su mujer a que trajera el segundo plato. Cuando salió cerró la puerta y nos habló con voz sigilosa y ojos muy abiertos sobre un tartarabuelo de Elena que fue encontrado sentado en el sillón muerto, decapitado, en una noche de tormenta, sin que hasta la fecha haya aparecido la cabeza. Desde entonces, nadie se atreve a entrar en la biblioteca. Cierto día, el tío de Elena se atrevió a entrar y apareció en iguales circunstancias en una noche de tormenta.
El sonido de la puerta, al abrirse, hizo que todos diéramos un respingo en la silla, era la criada que venía con el resto de la comida.
No volvimos a hablar durante la comida, solo nos mirábamos. El miedo se apoderó de nuestros cuerpos cuando la luz de un rayo iluminó toda la estancia.

Nos fuimos a la habitación de Elena, que era la más grande, y como teníamos miedo decidimos dormir todos juntos.
Estuvimos charlando de cosas del instituto para no pensar en la historia de la biblioteca mientrar la tormenta seguía fuera.
Nos fuimos quedando dormidos, uno tras otro hasta que unas carcajadas y golpes en la puerta nos despertaron.
Saltamos de los colchones y preguntamos quién era, pero nadie contestaba, solo se escuchaban unas carcajadas que erizaban la piel. Ana, que siempre se las daba de valiente, se fue para la puerta y abrió. No había nadie, ni se escuchaban ya las risas, estuvimos toda la noche sin dormir. 
Cuando el sol salió, lo teníamos claro: nos íbamos de allí. La pobre Elena se sentía muy mal.
Salimos con nuestras mochilas  de la casa corriendo y, al llegar a la reja, volvimos la cabeza hacia la casa. Tras el cristal de una gran ventana, pudimos ver al guarda y a su mujer de pie y entre ellos una cabeza de anciano sonriendo.




Una noche entre amigas


Todo sucedió esa noche. Cuatro amigas: Helena, Natalia,Sandra y Rocio, quedaron en la casa de Rocio para dormir. La noche, como todas las noches que dormían juntas, estaba siendo increíble, entre bromas, risas, juegos y confidencias. 
La noche iba bien hasta el momento en que Sandra, la más atrevida y "rebelde" del grupo, les propuso jugar a contar todo tipo de secretos y confidencias, y ellas aceptaron. Primero, llegó el turno de Natalia, la más inocente y miedica del grupo, aunque las más tierna y cariñosa. Ella confesó que le daba miedo la oscuridad y al no ser sorpresa para ninguna de las tres amigas que miraban atentas a Natalia, estas rieron. La siguiente en jugar fue Helena, la más divertida y a veces la más torpe, que confesó que no sabía pronunciar la palabra "dinosaurio" y todas las amigas comenzaron a reír. La siguió  Rocio, quien apoyaba siempre las bromas de Natalia. Esta confesó que estaba loca por Hugo, un chico de su instituto. Todas se quedaron atónitas al saber la noticia, pero más sorprendidas quedaron cuando llamaron por teléfono. Se trataba de Hugo, que las citaba para pasar la noche en una casa abandonada  y, aunque al principio no todas estaban convencidas, cedieron por su amiga y decidieron ir.

Por el camino se encontraron a Hugo y, para el asombro de las chicas, el joven no había sido quien las llamara hacía un rato ni quien las había citado en ninguna casa abandonada. No, no fue él.  Después de convencer a Natalia,  decidieron ir, y además Hugo las acompañaría para salir de dudas.

Al llegar a la casa se quedaron aterrorizadas ya que jamás se habían fijado en como de horrible y grande era la casa : era de piedra y estaba medio derruida por el tiempo y  con muchas marcas oscurecidas en techos y paredes, debido a un antiguo incendio. En el jardín que la rodeaba había diferentes plantas, hierbas y matorrales que habían crecido salvajes a sus anchas, diversos animalillos que habían establecido ahí su hogar, era una verdadera casa terrorífica y con un ambiente no muy agradable.

Al entrar pudieron observar muebles antiguos, que en otra época debieron tener gran valor, en el techo unas lamparas grandísimas colgaban.  En las paredes colgaban enormes cuadros preciosos, pero deteriorados por el tiempo y el fuego, ya que estaban quemados. El suelo lucía unas losetas de piedra verde y otro color que no se podía diferenciar bien por el polvo y las cenizas. Al final de esa sala, que sería la entrada, unas estrechas escaleras llenaban la habitación, pero, al final de las escaleras, dos grandes sombras asomaban. Las cuatro amigas se quedaron blancas del miedo, y Hugo, que fue el único en poder reaccionar, sacó su móvil para poder alumbrar mejor. Ahí estaban, eran dos niñas muy pálidas, una rubia y la otra morena, ambas con unos cabellos largos y rizados y unos ojos marrones especiales, sus caras eran muy pálidas y su rostro era desgarrador. Hugo, que se dio cuenta de que sus amigas no podían ni articular palabra, les preguntó quiénes eran y qué hacían allí. Estas se llamaban Diana y Carolina y ambas habían sido llamadas por teléfono al igual que las cuatro protagonistas. Tras esa coincidencia, los siete decidieron seguir investigando.

Todas las habitaciones estaban igual de oscuras y quemadas. No se sabía el por qué pero intuían que algún misterio  encerraba esa casa. Los siete jóvenes iban habitación por habitación, puerta por puerta, rincón por rincón, intentando encontrar al anónimo que realizó la llamada. Hasta que una de las jóvenes observó en el suelo algo blanco, era una carta que decía :

Para quien lea este aviso  ya será demasiado tarde. Somos dos niñas que pedimos ayuda porque nuestro padre se ha vuelto loco ¡y está quemando nuestra casa!... Vivimos en la calle Torre Vieja nº2 ¡Ayúdenos!

                                                                                                              12/6/1975

Las niñas se quedaron atónitas.  Esa era la casa donde ahora mismo estaban y había transcurrido  carta  exactamente 38 años desde que se escribió esa carta. Estaban muertas de miedo, pero de pronto una de las amigas se dio cuenta de que faltaban las dos niñas  que se encontraron al principio. Empezaron a buscarlas, recorriendo toda la casa.

Volvieron otra vez retrocediendo hacia las habitaciones en las cuales ya habían buscado al "anónimo". Ahora buscaban a dos niñas que habían desaparecido de la nada.  Empezaron a oír pasos aproximándose poco a poco a la habitación donde se encontraban los cinco amigos. Ellas estaban muertas de miedo hasta que una voz gritó: "¡BUUU! ¡Soy un fantasma". Ellas comenzaron a gritar y numerosas linternas se encendieron a la vez y fue entonces cuando pudieron comprobar que tan solo se trataba de los amigos de Hugo, Javi y Bruno ya que estos le habían gastado una broma a las cuatro ilusas.

Los tres amigos invitados por Rocio fueron a  su casa y ahí empezaron a comentar la broma. Una de las amigas se acordó de las dos niñas  sin saber todavía quiénes eran. Sacaron la carta para leerla. Lo curioso y, a la vez, escalofriante era que ambas niñas no participaron en  la broma y que jamás las habían visto.