Categorias

miércoles, 15 de mayo de 2013

Érase yo


Septiembre de 1939, una fecha en la que nunca desearía haber vivido aquellos terribles acontecimientos.

Era un día lluvioso y muy frío. Mis manos apenas las sentía debido a los copos de nieve que caían del cielo, fundiéndose en mi piel, dejándome completamente congelada. Mis pies no sentían el calor que daban las botas de mi padre ya que estaban rotas. No era muy agradable, aunque  nosotros, los polacos, estamos acostumbrados a este clima. Llegué a casa a las dos de la tarde, como es habitual. Dejé mi bolso azul de flores en mi habitación, me lavé  las manos y me senté con mis padres y mi hermano a comer. Mi padre, al que se le conoce como al "judío rico", es un hombre al que yo describiría como un ser inteligente, serio, culto y manipulador. Mi madre es una pobre mujer, ilusa y buena madre. Mi hermano es un simple insensato de nueve años que no tiene ni idea de lo que se le avecina. Decidí poner la radio, y como siempre se escuchaba a Alfonso, un demócrata que se sentía superior por anunciar diversas noticias del exterior para que llegasen a nuestros oídos. Éste, de nuevo, anunció una noticia que era verdaderamente importante, mi padre se levantó muy nervioso y ansioso por escuchar lo que decía. Se había proclamado la Segunda Guerra Mundial.

 Aquel día lo viví un tanto extraño, yo, a mi edad no comprendía nada, solamente quería salir con mis amigas y con ese muchacho que me hacía sentir princesa. Pasaron meses y todo cambió.

El fortalecimiento de los alemanes llevó a  la persecución de los judíos. Muchos negocios fueron cerrados y cada uno de nosotros llevábamos un distintivo. A pesar de todas las leyes impuestas por Hítler, yo no era consciente de lo que estaba ocurriendo, y mi deseo de ver aquel muchacho eran irrenunciable. Cada vez que quedaba con él, mi corazón "bombeaba" como si sintiera las explosiones y bombas que provenían del otro barrio judío y que pronto iban a atacar al nuestro. Una de las muchas tardes que quedaba con él, decidimos ir al parque a tomarnos un helado de fresa y nata, cuándo, de repente, apareció su padre, un general alemán. Nos separó en un abrir y cerrar de ojos. Hizo comentarios racistas sobre mi origen y me pegó una paliza reventándome el labio superior de la boca. Cogió a su hijo y se lo llevó. Me fui a casa llorando pero no del dolor, sino de la rabia por haber sido golpeada, que luego se convirtió en amargura por saber que nunca más vería a aquel muchacho y que probablemente podía haber sido el amor de mi vida.

"Mi vida". Esa era la otra parte de un mundo que yo sentía que no iba a vivir. Cada día que pasaba me sentía más sola, cohibida y triste. Ya no era aquella niña que siempre estaba con una sonrisa de oreja a oreja, sólo pensaba en mi deseo de ser alguien en la vida: bailarina.

Hoy, 31 de diciembre de 1944, quedaba un año para que todo este sufrimiento terminara o, al menos, eso decían los judíos que estaban en los otros campos de concentración. Sonó el timbre de llamada, una especie de música que te avisaba cada media hora para seguir con tu trabajo, ya que muchas personas paraban y no hacían su trabajo debido a los forzosos trabajos  que les imponían.

Tenía mucha hambre y no podía más, necesitaba comer un poco; de hecho, aunque me cueste decirlo, echaba de menos las lentejas de mi madre, un plato que siempre he odiado. Me tomé unas hierbas que había cogido del campo y corrí como una liebre para que nadie me viera tomarlas con tranquilidad. Mientras comía, me fijaba  en mis uñas amarillas, llenas de mugre y barro. "¡Con lo presumida que soy ... y verme así".

Eran las doce en punto de la noche, y mi momento había llegado. No era ese temor a la muerte ni nada parecido, sabía que en cualquier momento iba a morir. Se trataba de mi día, mi cumpleaños. Un cumpleaños un tanto especial comparado con los cinco años que llevo aquí en este sitio. Alguien me dio las felicitaciones cuando hacia mucho que nadie me las daba. Era un pequeño niño llamado Héctor que siempre estaba con su osito de peluche. A veces me recordaba tanto a mi hermano... " Mi hermano, ¿dónde estará? " Nunca supe la respuesta.

Durante esos seis años de guerra, he visto morir a muchas personas, entre ellas a mi padre. Jamás lo olvidaré.
Ahora, mi vejez me trae recuerdos del pasado y llego a la conclusión de que los duros momentos de la guerra me han servido para ser la persona que ahora soy. Si hay algo positivo en todo esto, es que el ser humano no debe volver a comenzar una guerra, debe aprender a vivir en paz y armonía.



No hay comentarios:

Publicar un comentario