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domingo, 16 de junio de 2013

Un 14 de febrero.

 Era un 14 de febrero como otro cualquiera, un día especial para cualquier persona enamorada.
Sonaba el despertador dando las siete de la mañana, y el día no parecía tan distinto:  mucho frío y algo de claridad entrando por la ventana. Pero ese día sabía que no era igual que los demás, ese día tenía que hacer muchas cosas para aquella persona que quería.
Recuerdo apagar el despertador  enfadado y sentarme en la cama a pensar en lo que tenía que hacer, hasta que la recordé. Era un día especial, eso nos hacen creer las floristerías al menos…
Bajé corriendo las escaleras dejándome el talón en el último peldaño, como de costumbre, y salté a la pata coja hasta la cocina, esquivando como pude la silla del comedor.
Ese día, tras las clases, debía preparar algo importante, algo para ella, Patricia, una chica preciosa de pelo rizado, rubia, con unos ojos celestes como el cielo, con una sonrisa eterna y preciosa, de esas que te hacen sonreír a ti también sin saber por qué, y no podía perder ni un solo momento. Llevaba enamorado de ella muchos años, la conocí por internet. Hablamos todos los días y nos dimos cuenta de que vivíamos en la misma ciudad e íbamos al mismo instituto.
En 9 meses se iba a estudiar fuera, así que me propuse algo, hacer que esos 9 meses fuesen inolvidables regalándole una rosa en un lugar especial, un día especial, y con un significado especial.
La primera había llegado el mes anterior, acompañada de un enorme oso de peluche puesto en mi cama, que debía encontrar por sorpresa. La segunda, el día de San Valentín, ese día nadie espera rosas ¿verdad?
Ese día lo tenía todo planeado, ella vivía lejos de mi, a una hora aproximadamente, por lo que no había riesgo de que me pillase haciendo nada. Llevé la rosa a un restaurante, era tan perfecta que parecía como si fuese de plástico.
Al hablar con la camarera, una chica  de unos 30 años, le expliqué lo que sucedía y accedió encantada, se quedó la rosa y una piruleta de forma de corazón guardada en una caja de terciopelo rosa, nada fuera de lo normal como  estudiante que soy. Ella se encargaría de traerlo a la mesa a la hora del postre. Al ver la rosa, sabría de qué trataría todo.
Pasado el momento de vergüenza y las miradas de las tres camareras, volví a mi casa, ya solo quedaba avisarla a ella de que viniese y esperar a que todo saliese bien.
Llegaron las 8 de la tarde, y ya me había avisado de que estaba abajo , así que cogí mi chaqueta y me puse los pantalones , los zapatos y corrí hacia la puerta. Allí estaba ella, un poco más bajita que yo, sonriendo, con un vestido negro y los labios rojos, guapísima como siempre.
La cogí de la mano y la llevé a mi coche, un Citroën negro con 15 años, lavado desde hace poco, por lo cual  parecía nuevo, pero bueno, no todo el mundo tiene un cochazo.
Llegamos al restaurante a las 8 y media, cuando el sol ya se había ido y se agradecían las chaquetas, así que nos sentamos cerca de la calefacción y nos atendieron.
La noche pasaba tranquila, hablando de cómo nos iban las clases en la universidad , del tiempo que nos gustaría pasar juntos y de todos los planes que quedaban por hacer, aunque por dentro me estuviese muriendo pensando que esto duraría pocos meses.
Llegado el momento trajeron la rosa, ella se dio cuenta y se encendieron sus mejillas. Vio la rosa, me miraba con unos ojos preciosos, brillantes, que decían más de lo que hubiese sido capaz de decir yo en ese momento, y le di una carta, una carta donde le decía lo mucho que la quería y la echaría de menos , que iba a luchar por ella hasta el último momento. Sus ojos estaban al borde de las lágrimas . Acabada la carta nos fuimos al coche . Esa noche no hubo más palabras,  no hubo nada más, solo miradas que lo decían todo.
El verano se fue, lo pasamos con amigos y siempre juntos. Esos momentos quedaron como hermosos recuerdos. Viajamos a Alemania y a Rusia para  cambiar de aires. Fueron los mejores días de mi vida y junto a ella.
Los nueve meses pasaron y ella se fue a estudiar a Londres, como era de esperar. La acompañé al aeropuerto para despedirme y nos dimos nuestro ultimo abrazo. Pronto la vería de nuevo, o eso espero.




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